La dinámica natural
La natalidad es el número de nacimientos que se producen en una pobla-ción en un momento determinado.
Un indicador de la natalidad es la tasa bruta de natalidad (TBN)*, que mide el número de nacimientos en un año por cada mil habitantes.
Una tasa de natalidad igual o superior al 25‰ se considera alta, y por debajo del 15‰, baja. El descenso progresivo de la tasa de natalidad se inicia en España en la segunda mitad del siglo XIX (con algunas pequeñas oscilaciones a lo largo del siglo xx), pasando del 34,5‰ en 1900 al 9,8‰ en el año 2000. - Este descenso continúa en la actual centuria pero de una forma más lenta, situándose la tasa de 2014 en el 9,17‰. El Principado de Asturias, Galicia y Castilla y León son las Comunidades que registran las tasas más bajas (6,26, 7,16 y 7,19, respectivamente), y Melilla (19,30), Ceuta (14,20), Región de Murcia (11,14) y Comunidad de Madrid (10,27), las tasas más altas.
La caída de la tasa de natalidad se corresponde con un menor número de hijos por mujer, el llamado índice sintético de fecundidad. La fecundidad es un concepto que relaciona el número de nacimientos con el número de mujeres en edad de tener hijos, considerada estadísticamente entre los 15 y 49 años de edad. La tasa de fecundidad también se expresa en tantos por mil, calculándose de este modo:
Tasa de fecundidad - Nacimientos x 1000 Mujeres entre 15 y 49 años
El retraso en la edad de la maternidad ha sido la tendencia de las últimas décadas y actualmente la edad media en que las mujeres tienen su pri-mer hijo es superior a los treinta años -en concreto 32,2 años- frente a los 28,2 años de 1980. Este hecho está relacionado con el aumento de la edad media en la que se casan -hombres (34,5 años) y mujeres, (32,2 años)-, que incide sobre la reducción del tiempo de edad fértil de la pareja en el matrimonio y por tanto en el número de hijos. La fecundidad también se expresa mediante el índice sintético de fecun-didad, que indica el número medio de hijos por mujer. Se estima que, para garantizar la reposición de la población', el índice debe llegar a 2,1 hijos, considerándose un índice bajo cuando no supera el valor de 2 hijos y elevado cuando está por encima de 3,5 hijos. España ha tenido unos altos índices de fecundidad durante la mayor parte del siglo XX: 4,7 hijos en 1900; 2,45 hijos en 1950; y 2,90 hijos en 1970. Sin embargo, a partir de los años ochenta estas cifras descendieron por debajo del índice de reposición hasta alcanzar 1,15 hijos en 1998, uno de los más bajos del mundo. Al comenzar el siglo XXI recuperó algunas posiciones (1,38 hijos en 2007), en buena medida por la natalidad de la población inmigrante. Pero la crisis económica ha provocado un nuevo descenso hasta 1,27 en 2014, uno de los índices más bajos del mundo, que anuncia un descenso de la población española para los próximos años, de no producirse cambios significativos.
Por comunidades autónomas, tienen una fecundidad inferior a la media Canarias, Asturias, Galicia, Castilla y León y Cantabria, áreas en general con un importante envejecimiento. Y los valores superiores corresponden, ade-más de a las Ciudades Autónomas de Ceuta y a Melilla, a Murcia, Andalucía, Madrid, Cataluña y Navarra.
Varios factores de distinta naturaleza explican esta evolución de la natalidad en nuestro país:
■ Los cambios sociales y culturales. El cambio de valores y de estilo de vida han influido decisivamente en el descenso de la natalidad. Uno de los cambios más importantes de las últimas décadas y que más ha incidido en la natalidad ha sido el papel de la mujer en la sociedad. Un alto porcentaje de mujeres ha irrumpido con fuerza en el mercado laboral y, para muchas jóvenes, la nupcialidad y la maternidad no son sus objetivos prioritarios, sino ocupar un puesto de trabajo bien remunerado que les permita vivir holgadamente, para lo que dedican más años a su formación y cualificación. Por este motivo, retrasan la edad a la que se estrenan en la maternidad, que ha pasado de 28 años (como promedio) en 1980 a 32 en la actualidad. En consecuencia, tienen menos hijos, pues la fertilidad femenina disminuye progresivamente a partir de los 25 años. Además, la generalización del uso de métodos anticonceptivos ha hecho posible que la mujer pueda decidir cuántos hijos quiere tener e, incluso, no tener ninguno. En esta decisión también influye el hecho de que para muchas mujeres es difícil conciliar la vida laboral y familiar.
■ La situación económica. La manutención y el deseo común de dar a los hijos la mejor educación y calidad de vida posibles requiere un gran es-fuerzo económico, por lo que se tiende a tener menos hijos, sobre todo cuando la coyuntura económica es desfavorable. Desde finales de la década de 1990 hasta el inicio de la crisis económica mundial en 2007, la buena situación económica que parecía disfrutar nuestro país sirvió de acicate para la natalidad e impulsó a numerosos extranjeros a establecerse en España; la gran mayoría eran jóvenes en edad de procrear y con una actitud natalista. Como resultado, aumentó el número de nacimientos.
La posterior crisis económica ha colocado al mercado laboral español en una situación precaria, con unas elevadas tasas de paro, por lo que muchos inmigrantes han regresado a sus países de origen y muchos jóvenes españoles han emigrado al extranjero en busca de mayores oportunidades de em-pleo, reduciéndose así la población en edad de tener hijos. La mayoría de los que permanecen se independizan más tarde ante la dificultad de encontrar un trabajo que se lo permita y posponen el tener descendencia.
■ Factores demográficos estructurales. Como consecuencia de la crisis de natali-dad en las dos últimas décadas del siglo XX, el número de mujeres en edad fértil (de 15 a 49 años) ha descendido. No obstante, a pesar de la incidencia de todos estos factores, la tasa bruta de natalidad de 2014 muestra una ligera recuperación respec-to a 2013 (9,11960). Por primera vez en cinco años, aumentó el número de nacimientos. Sin embargo, las proyecciones a corto plazo realizadas por el INE apuntan a una continuidad en el descenso de la natalidad
Actividad de lectura
doc. ed. Santillana
Describe que importancia tiene el artículo en los cambios de comportamiento de la sociedad española frente a la natalidad
Factores de la mortalidad
La mortalidad es el número de defunciones que se producen en una población en un momento determinado. Un indicador de la mortalidad es la tasa bruta de mortalidad (TBM), que mide el número de defunciones en un año por cada mil habitantes. Una tasa de mortalidad superior al 15 ‰ se considera alta, y por debajo del 10‰, baja.
En España, la mortalidad, al igual que la natalidad, inició su descenso mu-cho más tarde que en otros países europeos. Las crisis alimentarias, las epidemias (tuberculosis, cólera, fiebre amarilla) y las guerras (carlistas, con-flictos civiles, coloniales) que España sufrió durante el siglo XLX hicieron que la mortalidad se mantuviera elevada (31,4‰ en 1881), especialmente entre la población del campo y las clases urbanas más humildes, más des-protegidas. La mortalidad, tanto la de carácter catastrófico como la estructural, inició su descenso a finales del siglo xix, situándose la tasa en el 25‰ a co-mienzos del xx. A partir de ese momento, el descenso se aceleró (salvo en algunos momentos puntuales) hasta alcanzar el valor más bajo de la centu-ria en 1982: un 7,5‰, una cifra similar a la de otros países desarrollados.
Esta drástica caída de la mortalidad que ha experimentado nuestro país se ha debido a la combinación de varios factores:
■ Mejor alimentación de la población. Las mejoras técnicas aplicadas en la agricultura permitieron incrementar la producción y que las personas tuviesen acceso a los alimentos a unos precios razonables.
■ Avances en medicina (como el descubrimiento de la penicilina) y en la detección y prevención de enfermedades, así como el acceso de la pobla-ción a la sanidad pública. El 1 de enero de 1967 quedó establecido legal-mente el sistema de Seguridad Social, en el que se integró el Seguro Obli-gatorio de Enfermedad, que existía desde 1942.
■ Mayor higiene, tanto privada (personal) como pública (alcantarillado, recogida de basuras, agua corriente...).
■ Disponibilidad de más recursos económicos por parte de la pobla-ción, que suele llevar consigo una mayor calidad de vida y un mayor gasto en cuidado personal y salud. Por consiguiente, todos estos factores también han conseguido que la población sea más longeva, hasta tal punto que, en la actualidad, España tiene una esperanza de vida al nacer de las más altas que existen en el mundo. España entró en el siglo XXI con una tasa de mortalidad del 8,78‰, y en la actualidad es del 8,46‰.
Hoy, las principales causas de mortalidad son las enfermedades cardiovasculares (la primera entre las mujeres), el cáncer (la primera entre los hombres) y las enfermedades del sistema respiratorio y del sistema nervioso (alzhéimer). De seguir a este ritmo se calcula que el envejecimiento de nuestra población provocará un aumento de la tasa de mortalidad en los próximos años y, por primera vez, el número de defunciones superará al de nacimientos. La relación entre envejecimiento y mortalidad explica que las Comunidades Autónomas más envejecidas, como el Principado de Asturias y Galicia, ten-gan unas tasas de mortalidad más elevadas que otras que presentan un mayor porcentaje de población joven (las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla).
La esperanza de vida
Un concepto directamente relacionado con la mortalidad es el de esperanza de vida al nacer, el número medio de años que se espera que viva una persona en el momento de su nacimiento según el patrón de mortalidad observado sobre las personas del mismo ámbito territorial a lo largo del año. En España, la esperanza de vida al nacer es más del doble que la del siglo pasado. Su aumento solo se vio interrumpido por dos acontecimientos importantes: la epidemia de gripe de 1918 y la guerra civil española (1936-1939). A principios del siglo xx, la esperanza de vida de los españoles estaba en torno a los 35 años; a finales de la centuria superaba ligeramente los 80 años, convirtiéndose la población española en una de las más longevas.
En 2014, la esperanza de vida al nacer alcanzó los 83 años, siendo mayor en las mujeres (85,7 años, la más alta de Europa) que en los hombres (80,2 años). Esta diferencia favorable a la mujer se ha ido reduciendo desde mediados de los años noventa. Hasta ese momento, la diferencia aumentaba o se mantenía debido a una mayor mortalidad masculina asociada a una combinación de factores biológicos, estilos de vida y conductas de riesgo. Pero, desde entonces, la diferencia en la esperanza de vida por sexos ha disminuido, pasando de 7,1 años en 1993 a los 5,5 actuales.
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